During the month of November, the feasts of our Church remind us that this world is passing: We must remember where we are going and what we must do to get there. Throughout this month, the readings have continued to emphasize these themes: that we will one day die, we will experience the judgment of God, and the actions of our lives will determine our experience of eternity. If we have repented and sought to return to God, we will, finally, be blessed with the vision of his glory. If we turned away from him or sought to satisfy our own self-desires, then we will be allowed to experience the joyless absence of God for eternity. Today’s scriptures are no exception. They warn of great tribulation, of the destruction of the universe, and the judgment of all humanity. The Lord tells us to learn from the fig tree: when you see the signs of what is coming, prepare yourselves. To prepare ourselves for this moment, to strengthen ourselves, we must ensure we are not strangers to our Lord. We must repent daily of anything that leads us away from him. Even better than this, though, is to greet him face-to-face in the greatest of sacraments: the Holy Eucharist. As he offers himself to the Father on the Cross, we offer ourselves to him so that he might lift us up too.
Durante el mes de noviembre, las fiestas de nuestra Iglesia nos recuerdan que este mundo es pasajero: debemos recordar hacia dónde vamos y qué debemos hacer para llegar allí. A lo largo de este mes, las lecturas han seguido enfatizando estos temas: que un día moriremos, experimentaremos el juicio de Dios y las acciones de nuestras vidas determinarán nuestra experiencia de la eternidad. Si nos hemos arrepentido y hemos buscado volver a Dios, finalmente, seremos bendecidos con la visión de su gloria. Si nos alejamos de él o buscamos satisfacer nuestros propios deseos, entonces se nos permitirá experimentar la ausencia sin alegría de Dios por la eternidad. Las escrituras de hoy no son una excepción. Advierten de una gran tribulación, de la destrucción del universo y del juicio de toda la humanidad. El Señor nos dice que aprendamos de la higuera: cuando vean las señales de lo que viene, prepárense. Para prepararnos para este momento, para fortalecernos, debemos asegurarnos de no ser extraños para nuestro Señor. Debemos arrepentirnos diariamente de cualquier cosa que nos aleje de él. Pero mejor aún es saludarlo cara a cara en el más grande de los sacramentos: la Sagrada Eucaristía. Así como él se ofrece al Padre en la cruz, nosotros nos ofrecemos a él para que él también nos eleve.